Por: Carlos Adrianzén
Lima, nov 14. El manejo del dólar es –y ha sido– uno
de los elementos menos lúcidos de la política local. Históricamente,
nuestros burócratas han sufrido –y sufren– de un terrible mal: el miedo a
–dejar– flotar el tipo de cambio.
Uno de los más reconocidos presidentes constitucionales de nuestro
país, el arquitecto Fernando Belaunde, consideraba en su primer gobierno
que dejar funcionar por sí solo el mercado resultaba una traición a la
patria. Los sueños de un dólar artificial –y la postergación de su
ajuste– nos llevaron a la dictadura velasquista, la más hedionda y
destructiva del país.
Pocos años después, el gobierno de la alianza Apra-Izquierda Unida, con
ese afán “progresista” de controlarlo todo, nos llevó a un régimen con
tipos de cambio soñados para los amigotes y tipos de cambio de castigo
para los que trabajaban. Con él –recordémoslo– caímos en un infierno de
corrupción e inflación espeluznantes. En los dos casos, después de las
ilusiones, llegó inexorablemente la realidad.
Pese a estas dolorosas experiencias, temo recordarles que no hemos
aprendido. Todavía le tenemos pánico al mensajero (al mercado). Esta
semana, un proyecto liderado por la congresista Luciana León,
en el que se proponía que ciertos exportadores locales pudiesen pagar
sus tributos con dólares, habría sido enviado al tacho. Lo que no han
podido esconder, sin embargo, son las torpezas del actual manejo
cambiario.
Quienes critican la aludida propuesta mencionan que esta implicaría la
transferencia del riesgo cambiario de los exportadores a los
contribuyentes. Sin embargo, cometen el error de hablar de riesgo de
mercado cuando en realidad enfocan un penoso fracaso regulatorio. El
Banco Central de Reserva (BCR) hoy distorsiona y determina el valor de
mercado del dólar. No solo obliga a que los ahorros de los trabajadores
en el sistema previsional privado compren soles por decreto –deprimiendo
la demanda por divisas–, sino que bloquea significativa y
sistemáticamente que el tipo de cambio alcance un valor de mercado
(vendiendo divisas, cuando el dólar tiende a subir o creando soles para
comprar dólares cuando estos tienden a bajar).
Aquí, estimado lector, el riesgo cambiario lo dibuja un iluminado. Esto
pasaba piola en días de vacas gordas (con crecientes demandas y precios
para la exportación). Con el enfriamiento global reciente, las cosas se
complican. Hoy el ritmo de crecimiento de las exportaciones y el valor
exportado se viene derrumbando continuamente.
En un ambiente heterodoxo como el actual –donde hablar del libre
mercado resulta una herejía– no sorprende que alguien bien intencionado
quiera conseguirle el dólar soñado a ciertos exportadores. Tampoco
sorprende que –como en los días del dólar MUC (Mercado Único de Cambio)–
el BCR crea que dejar flotar el dólar (para que la exportación y la
recaudación tributaria continúen creciendo) resulte una alternativa
impensable. Tampoco sorprenderá que, como en los días del dólar MUC,
esto termine accidentadamente, cuando no sea posible continuar
distorsionando más el cambio.
Fuente: El Comercio
viernes, 16 de noviembre de 2012
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