“Los políticos piensan que invertir en cultura es inútil. Se equivocan”
Se encuentra en Lima Claude Mollard, considerado “padre” del Centro Pompidou, alto asesor del gobierno de Mitterrand y pionero de la gestión cultural en Francia durante los años 1980-1990. Autor de diversos libros sobre la importancia del Estado en la cultura, Mollard conversó con DOMINGO.
Entrevista de Alfredo Vanini
Conocí a Claude Mollard en París, en diciembre pasado. Había leído sus libros sobre la historia de la política cultural francesa y quise conocerlo personalmente. Quería convencerlo de venir a Lima a que nos transmita su experiencia y contribuir, modestamente, a que un Ministerio de cultura en el Perú, anunciado por primera vez en un mensaje presidencial, se concretara.
Él, por su parte, a los 68 años, ya retirado del sector público y con una prestigiosa carrera de fotógrafo, deseaba encontrar un gestor cultural peruano que pudiera organizarle una exposición en Lima y facilitarle fotografiar sus “orígenes” –hilo conductor de su obra fotográfica– en Machu Picchu. Tras este primer encuentro, nos dimos la mano y quedamos en que nos veríamos en el Perú. Luego de casi un año de trabajo, y con la ayuda de la Embajada de Francia, Claude Mollard está aquí y su obra fotográfica en el Museo de Osma, desde el 1º de octubre”.
–Usted es considerado “padre” del Centro Pompidou, de cuyo proyecto se encargó de 1970 hasta 1977, año de su fundación. En su libro “La apuesta del Centro Georges Pompidou” usted habla de la “acción cultural concertada”. ¿Qué entiende usted por esto?
–La “acción cultural concertada” es la concepción y organización de una política cultural, ya sea asociativa o federativa, con todas las fuerzas intelectuales, artísticas, morales y sociales de un país. A menudo, la acción cultural sufre de una falta de concertación, es concebida, organizada e impuesta de arriba a abajo. Se trata de un Estado que quiere imponer ciertas formas culturales en detrimento de otras. Es el caso de Hitler: él quiso imponer un arte nacional contra un arte que él llamó “degenerado”. Para mí la cultura es democrática o no es nada. O es pluralista o se condena a la degeneración. Debe asociar todas las categorías sociales, de lo contrario las desune. En la construcción del Centro Pompidou, de 1970 a 1977, tuvimos ocasión de conocer este estado de gracia. Seré mucho más reservado acerca de los años que siguieron. Pero a pesar de todo, el Centro Pompidou sigue siendo una excepcional máquina de difusión de la cultura bajo todas sus formas, incluyendo las más contemporáneas. Es cierto que su programación, en estos años, ha sufrido inflexiones que la han alejado de la creación vanguardista, que era su prioridad inicial. Pero no voy a tirar al bebé junto con el agua de la tina, como dice el refrán…
–El Centro Pompidou no es sólo un Museo consagrado a la creación contemporánea, sino también, y desde el inicio, una gran Biblioteca pública. ¿Cómo se logró la interdependencia entre estas dos actividades aparentemente tan distintas?
–Creo que esta coexistencia es absolutamente necesaria. No se puede separar el conocimiento artístico (la inteligencia visual) y el conocimiento intelectual que pasa por lo escrito. Estas dos formas de inteligencia son indisociables y es justamente por haberlas separado que la humanidad ha conocido graves retrocesos. Por ejemplo: el movimiento surrealista en Francia, es el efecto del diálogo permanente de artistas y escritores: André Breton, escritor y poeta, padre del movimiento, es también un admirable coleccionista de arte. Breton hizo camaradería con el pintor Max Ernst, con el poeta Robert Desnos, con el escritor Philippe Soupault y con artistas como Dali, De Chirico, Picabia. El Centro Pompidou, uniendo en un mismo lugar “las obras del arte y del espíritu” toma en cuenta esta profunda realidad del pensamiento que no puede ni debe ser dividida, ya que ella es por definición unificadora de la naturaleza humana y del destino del mundo, definición que es, a fin de cuentas, la que André Malraux dio al ministerio de cultura francés, del cual fue su primer ministro en 1959: “favorecer la difusión de las obras de arte y del espíritu al mayor número de personas…” ¿Sabe usted que la Biblioteca del Pompidou, que es de libre acceso, recibe más visitantes que el Museo y que las exposiciones? Tres millones de visitantes para la Biblioteca contra un millón para el Museo ¿No es acaso esta la prueba de que la implantación de dos instituciones en un mismo lugar responde a una verdadera necesidad? Existen aún hoy espíritus mezquinos que desean separar más que unir, y que en nombre de la especialización buscan deshacer lo que ha sido hecho. Yo soy de aquellos que piensan que demasiada especialización nubla la inteligencia, en el sentido humanista que yo le doy a esta palabra.
–En un artículo de 1979 (Caretas 566), dos años después de la inauguración del Centro Pompidou, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, preguntándose la razón del enorme éxito del Pompidou, afirmaba que este se debía “a la fealdad y tramposa apariencia” del edificio, que hacía pensar, según él, “en Disneylandia, en una feria, en un juguete elefantiásico” y que a la larga esta “fealdad heroica” hizo posible que se acerquen “la vanguardia y la muchedumbre” ¿Está de acuerdo con esta fórmula?
–No conozco a la persona que calificó así la arquitectura del Centro Pompidou, pero no hace gala de mucha tolerancia. En fin, encuentro ese juicio inepto. La arquitectura del Centro Pompidou es, al contrario, extremadamente elegante. El detalle de los “gerberettes”, por ejemplo, que son estas estructuras tipo balancines hechas en acero moldeado que sostienen todo el armazón metálico responde armoniosamente a la arquitectura vecina de la Iglesia Saint Merri: el Centro Pompidou está edificado sobre arcos tirantes en acero, extremadamente ligeros, que hacen frente a los arbotantes de piedra de esa Iglesia gótica. Los arquitectos de la Edad Media, como aquellos del Pompidou, han trabajado según las mismas reglas de fuerza y de equilibrio.
Además, la elección de este proyecto fue hecha por un jurado compuesto por los arquitectos más eminentes de la época: Oscar Niemeyer, Jean Prouvé, Philippe Johnson. ¿Pueden elegir ellos algo “feo”? Renzo Piano y Richard Rogers, arquitectos del Centro Pompidou, reciben hoy importantes proyectos. ¿Sería el caso si ellos carecieran de gusto y elegancia? Me reafirmo: ese juicio no tiene ningún sentido y se une al de todos los espectadores cursis que han protestado contra esta audacia…
–A la llegada de François Mitterrand a la presidencia, usted trabaja al lado del ministro de cultura Jack Lang y lanza los FRAC (Fondos regionales de arte contemporáneo) y, como experto en finanzas, duplica el presupuesto del Ministerio de la Cultura. ¿Qué garantiza la solvencia de un Ministerio de cultura?
–El presupuesto en materia cultural es el nervio de la guerra. Los políticos, no importa de qué tendencia sean, piensan que los gastos en materia cultural son inútiles. Se equivocan. Está demostrado que la inversión en cultura es rentable en los planos político, económico y cultural. El político que invierte en la cultura produce repercusiones que tienen un impacto considerable en su país y en el extranjero. Los artistas e intelectuales, que son líderes de opinión, van a reunirse con él. Es preferible invertir 10 en cultura que 100 en campañas de publicidad. Es más creativo y más justo también, lo que involucra lo social. En lo económico, el desarrollo de nuestra economía depende cada vez más de la inversión en la inteligencia y en las imágenes y cada vez menos en la gran industria. En lo cultural, la parte de cultura en el consumo doméstico crece al mismo tiempo que el nivel de desarrollo de cada país. Para hacer frente a la demanda cultural –que va de la mano con la demanda turística- hay que invertir en cultura. Todo esto es posible con un esfuerzo presupuestal que es muy reducido: en Francia el gasto en cultura representa el 1% del presupuesto del Estado. Y rinde diez veces más: 65 millones de turistas por año representa una cifra promedio de 70 mil millones de euros. La inversión en cultura no genera pérdidas sino que, al contrario, brinda beneficios sustanciales. En cincuenta años se podrá distinguir los países que se han desarrollado comprendiendo el principio de invertir en cultura de aquellos que no. Pero hay una ética en la política cultural: no se puede hacer ni del arte ni de la cultura simples medios para ganar dinero. No son medios, sino fines.
–Otro de los temas presentes, en países con pocos recursos para la cultura, es aquel de mecenazgo cultural. ¿Cuáles son los riesgos y ventajas de este modelo de financiamiento basado en beneficios tributarios a las empresas privadas? En Francia, la ley de agosto del 2003 permite una reducción hasta del 60% del monto de la donación a un proyecto cultural.
–Todo lo que contribuye a desarrollar modos de financiamiento de proyectos culturales es bueno en sí, ya que estos proyectos, que miden el dinamismo de un país, carecen siempre de dinero para su ejecución. Las deducciones fiscales son uno de los instrumentos que permiten a las empresas soltar dinero para la cultura, sobre todo cuando ellas no lo hacen espontáneamente.
El peligro del mecenazgo es que fragiliza las inversiones en cultura: en períodos de crisis por ejemplo, y a pesar de las leyes, estas ayudas van a recortarse, poniendo en peligro las instituciones culturales que estas mismas empresas contribuyeron a crear. No creo entonces que el mecenazgo deba cubrirle las espaldas a un Estado avaro en lo cultural. Los dos modos de intervención son necesarios y complementarios. Pero la inversión pública debe ser prioritaria en los campos culturales que nunca serán rentables, como la formación artística, las ayudas a los jóvenes creadores de sectores menos favorecidos, las ayudas a la investigación.
–Última pregunta: este año el Ministerio de la Cultura francés cumple cincuenta años. ¿Qué balance le inspira este medio siglo, a usted, que hizo carrera en la más alta administración del Estado francés?
–En cincuenta años Francia ha hecho mucho en el dominio de la política cultural. Grandes iniciativas nacionales e internacionales han sido exitosas. La democratización de las prácticas culturales ha crecido, la educación artística se ha hecho una prioridad. Francia dispone de grandes instituciones como el Centro Pompidou, ¡aunque hay muchos otros! Pero todo este esfuerzo sigue siendo frágil ya que nos movemos en el terreno de lo impalpable, de lo difícilmente ponderable, de lo eminentemente sutil.
Disponemos en Francia de una red de centros culturales en todo el país, que es única en el mundo. Pero fueron necesarios cincuenta años para construirla. Cada niño francés tiene la oportunidad, donde quiera que habite, de crecer a menos de 15 kilómetros de un sitio patrimonial o de un centro cultural, sea de creación o de difusión. Esto es extraordinario. Pero ¿este niño lo sabe? Me temo que no, ya que esta red compite con otra red mundial capitalista, de sumisión a los Estados Unidos, cuyos valores son opuestos a aquellos de nuestra red. La batalla del mañana, en Francia, es saber si nosotros podremos servirnos correctamente de esta red cultural en la lucha mundial que se libra entre una cultura fundada sobre los valores de la rentabilidad a corto plazo y del dinero a cualquier precio, y una cultura fundada sobre los valores de verdad, de justicia, de libertad, de creatividad. En una palabra, de humanismo.
Trabajo fotográfico
A pesar de que practica la fotografía desde los 13 años, Claude Mollard no hizo público su trabajo sino hasta el 2005. “Dejé de mostrar mi trabajo hacia 1971, cuando se me encargó el proyecto del Centro Pompidou. No podía ser a la vez artista y funcionario de la cultura. Había conflicto de intereses”, afirma.
Su motivo fotográfico es aquel que llama “los orígenes”: un ejercicio de mirada y de mimetismo que él establece con las formas de la naturaleza. Mollard capta en sus viajes alrededor del mundo, sobre todo en lugares cargados de historia (Pompeya, en Italia, Meknes en Marruecos) formas antropomórficas que restituyen los “rostros de antes de los dioses”, según la fórmula de Christine Buci-Glucksmann. Una mirada antropológica que lo ha llevado a Machu Picchu, en busca de esos rostros que han visto desaparecer, hace siglos, la gran civilización de los Incas. Afable, curioso, viajero, Claude Mollard aclara que su trabajo no tiene nada que ver con la religión, sino con un ejercicio primitivo de captura de rostros de la naturaleza, donde lo imaginario hace surgir las huellas del origen del hombre. Su exposición se inaugura en el Museo de Osma este jueves 1º de octubre a las 7 pm, noche en que también brindará una conferencia sobre política cultural, y que podrá ser apreciada hasta el 15 de octubre. (AV)
Fuente: La República.
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